miércoles, 5 de octubre de 2011

MIEDO


Abrí la puerta dudando. Las manos me temblaban, el cuerpo se me helaba, mis ojos se dilataban, el corazón me hacía oír mis pulsaciones aceleradas. Mis piernas y mis pies no encontraban apoyo en el suelo. No sabía como reaccionar, qué hacer, qué decir, qué mirar, como accionar mis músculos para avanzar, ¿ o tal vez huir?
Lentamente giré la manivela, esperando que la puerta no cediera a mi frágil fuerza ejercida y susurrándome que no pasaba nada y que tenía que afrontar lo que venía. Inevitablemente la manivela giró y, mis pies avanzaron un simple y miedoso paso, que abrió la puerta lentamente. De un modo inesperado la oscuridad que allí había me reconfortó. Mi mente me había llevado hasta allí porque una duda la perturbaba, aquella luz que conseguía escapar de aquella habitación por debajo de la puerta, una luz que había despertado en mi un miedo y una inminente duda y preocupación. Una luz que no debería estar, y una luz que desapareció en cuento abrí la puerta.
No conseguía encontrar la respuesta a tan extraño enigma: ¿Quien o qué había encendido y apagado la luz?
Me quedé allí parada, paralizada. En un principio, la allí presente oscuridad me había tranquilizado, pero ahora me daba cuenta de que en realidad ese hecho debería haberme aterrorizado más aún de lo que ya lo estaba. Ahora me percataba de que si la luz hubiese estado encendida, hubiese visto el secreto que guardaba la habitación, y ahora... no podía ver nada.

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