miércoles, 9 de noviembre de 2011

Despertares



Mis uñas negras repiqueteaban sobre la mesa de madera. Había predispuesto dos sillas una enfrente de la otra, para poder estirar las piernas.
Estaba recostada, con la cabeza echada hacia atrás, dejando mi melena negra ondulada caer  libremente. Estaba harta, y muy, muy cabreada, por lo que no me había importado entrar a casa con las botas llenas de barro y haber manchado suelo y silla.
Al lado de mi mano estaba el cenicero con tres colillas aplastada, que me acababa de fumar uno tras otro, llenando la cocina de ese humo que tanto aborrecían. Levanté la cabeza con desesperación, ya que no llegaban y estaba impaciente por que se cabrearan conmigo tanto como yo con ellos. Y justo cuando me preparaba para dar un fuerte puñetazo en la mesa, el teléfono de casa sonó, rompiendo el silencio que hasta ahora solo perturbaba el movimiento de mis dedos y mi respiración; apartando de una patada la silla donde descansaban mis pies, me levanté y cogí con brutalidad el auricular. Mi "¿quién?" sonó como un insulto, pero enseguida callé, ya que lo que estaba oyendo me estaba dejando helada, de repente de mi garganta estallaron una serie de sollozos y me arrepentí, terriblemente angustiada, de todo mi esfuerzo por cabrear a mis padres y por el odio que había sentido hacia ellos. Ahora ya no volvería a verlos, ni el coche que utilizábamos desde hacía 6 años, ya que solo había quedado intacta la parte trasera de éste. 

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