domingo, 27 de noviembre de 2011

Los micros de Isis

A TRAVÉS DEL ATURDIMIENTO

Estaba inclinada sobre el váter, notando como mi espalda desnuda se arqueaba cada vez que las nauseas se incrementaban. Mi pelo rubio y largo se me pegaba incómodamente a la cara por el sudor. No me había visto al espejo, pero suponía que debía tener unas largas rayas negras de las lágrimas que habían corrido el maquillaje. Notaba la cerámica del váter extremadamente fría, demasiado a pesar de mi alta fiebre.

Sinceramente no recordaba nada, solo que cada pocos minutos me despertaba en el suelo del baño para volver a vomitar; ya acostumbrada al habitual olor a alcohol no me extrañó que cada vez que abría los ojos al despertarme, un fuerte e incómodo olor a whisky rancio embotara mis sentidos y me nublara la vista, mejor, así no vería el estropicio que estaba armando.

No sé cómo ni por qué he acabado en estas condiciones, pero gracias a alguien anoche pude llegar hasta casa, lo que ya no sé es si él o ella también me quitó la camiseta y el sujetador.


UN SEGUNDO PLANO

Intentaba prestar atención a la clase, a esa profesora que se esforzaba en explicar la Guerra de Secesión Americana y sus consecuencias musicales, pero por más que fijaba la vista en la pizarra y en sus trazos blancos de la explicación, sólo lo veía en un segundo plano, como en blanco y negro, ya que mi mente se centraba en otra cosa, en algo que era, sin lugar a dudas, más importante.



COMIENZO

Mi vagón no era excesivamente grande, sino que al contario, las cabinas se apelotonaban y el estrecho pasillo siempre estaba taponado por carritos de comida o pasajeros con necesidad de estirar las piernas o ir al baño.

Cuando logré llegar a mi asiento a trompicones, estaba exhausta de esquivar niños y empujar pasajeros; con un último esfuerzo conseguí guardar mi maleta. Caí agotada, tras la intensa carrera por tal de no perder el tren, en el asiento. Tenía mucho calor, ya que fuera el viento era helado y la nieve caía caprichosa, y yo iba ataviada con un grueso abrigo negro, un gorro de lana, una bufanda y unos guantes, pero aquí dentro el ambiente era espeso, recargado, caluroso y parecía inamovible y difícil de respirar.

Eché la cabeza hacia atrás, mientras me desenrollaba la bufanda, me quitaba con rudeza los guantes y me desprendía satisfecha del abrigo. Me dejé el corro puesto, con mis rizos marrones saliendo por abajo. Poco después, cuando mi respiración se acostumbró al poco oxígeno y a la espesura, levanté la vista y vi que un joven rubio de ojos azules estaba frente a mí mirándome fijamente. Se apoderó de mi rostro un semblante serio, ya que sentía que aquel chico era especial, como si ya lo conociese, como si supiese instintivamente que no iba a pasar como un soplo de aire, sino que iba a dejar su particular huella.

Poco a poco, al ver que sus ni parpadeaban, una sonrisa se extendió por mi cara, y supuse que los ojos me brillaban, como siempre pasa cuando sonrío de verdad. Bajé la vista sonriente, mientras alisaba mi vestido blanco de seda, y cruzaba cómodamente las piernas, cubiertas por unas medias también blancas. Le miré de nuevo y me aclaré la garganta:

- ¿Dónde bajas?

- En tu misma parada. – Me respondió con una voz áspera, joven y hermosa, dándome a entender que este viaje probablemente no acabara en “mi parada”.




RUTA 69

Mis pies, enfundados en unas desgastadas Converse negras, descansaban sobre el salpicadero del coche. Mi pelo negro ondeaba con el viento cálido, y al tiempo refrescante que entraba por la ventanilla bajada. Me puse las gafas de sol, disfrutando del sol, disfrutando del hermoso paisaje que dejábamos atrás en apenas un parpadeo.

La música se extendía como dulce miel por el coche y salía por las ventanillas, dejando en el aire las notas de una melodía tan exquisita. “Sweet Home Alabama” entraba por mis oídos, llenándome de ganas de vivir la vida al máximo, y… de llegar a la ruta 69!! Jajaja, esa era nuestra broma preferida.

El sol abrasador estaba en lo alto del cielo, bañando los desérticos parajes de luz y calor.

Cuando fijabas la vista en la carretera, y perdías la mirada en el infinito horizonte, podías distinguir brillos ondulantes, como espíritus, salir, ascender del asfalto.

Mi acompañante, mi mejor amiga con el mejor gusto musical y con el pelo rojo más bonito del mundo, me pasó el cigarro, soltando, como con ternura, el humo, que salió disparado por la ventana.

Aún nos quedaba un largo viaje, cosa que nos producía excitación y nos emocionaba como nunca, aún teníamos muchas cosas que ver, oler, saborear, tocar, oír y vivir.

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